3. La estética

29 05 2007

La estética, apariencia, forma, ornamentación, moda y demás connotaciones de lo banalmente visual, parece ser que en actualidad se han desvinculado de uso práctico en si, como forma pura.

Mientras en el renacimiento, la arquitectura de vanguardia formalizaba el uso del lenguaje arquitectónico, para señalizar la subordinación de las clases sociales y sus subdivisiones, actualmente parece que el equilibrio del bienestar generalizado lo convirtió en un aspecto cuyo punto común entre el arquitecto y cliente, es puro marketing.

Y en cierto modo es así, la concepción de la estética del profano, no va mas haya de lo puramente subconsciente, lo que el mismo en la mayoría de los casos no llega a expresar mas que con una serie de adjetivos banales y carentes de significo concreto.

Por ello los gustos de la sociedad que mueve el progreso es un objeto de influencias externas, cuyo origen es un tanto caótico y carente de rumbo evolutivo.

Debido a cada vez mayor masificación y cantidad de la información, la concepción profana de lo estético es constantemente bombardeada, por memes de carácter nocivo y contagioso, los memes cuyo origen es el interés económico y que llevan carga publicistica. Y en cierto modo es un tanto positivo, dada la escala de las necesidades arquitectónicas. Es una ventaja, poder simplificar el lenguaje arquitectónico por medio de modas compuestas por memeplexes complejos, que pueden regir la mayor parte de la existencia de un ser, sin por ello descender la productividad bruta.

Así por ejemplo, se crean zonas o barrios enteros, cuyas formas arquitectónicas fácilmente reconocibles, que reúnen ciertos sectores de población que se identifican o quieren identificarse con lo que superficialmente representan, sea el bienestar, modernidad, ecología o cualquier otro memeplex que los aliena.

El gran problema de esta forma de concebir el proceso arquitectónico, es que esta misma herramienta simplificadora se rebela convirtiéndose en un estorbo para el desarrollo y progreso de lo puramente utilitaria y esquelético de la arquitectura.

Por ello el arquitecto debe de darse cuenta de las herramientas de las que se sirve el marketing para poder manejar lo estético dentro de los intereses estructurales de la innovación.

Esta perdida de connotación formal se debe en gran parte a la tabula rasa del movimiento moderno, unida a las prioridades arquitectónicas fruto de grandes guerras del siglo XX. Simplemente, la relación, cliente – arquitecto en cuanto al aspecto visual, perdió carácter de colaboración, al no tener tal aspecto ya ninguna connotación funcional.

En cierto modo, dada la extensión del poder adquisitivo, es un tanto ventajoso crear una serie de asociaciones formales entre la estética y la funcionalidad de tal forma que a nivel superficial el cliente pueda entender el sentido y finalidad de la propuesta arquitectónica que adquiere. Es decir, enlazar los memes generalizados y fáciles de identificar por grandes segmentos de la sociedad, a lo puramente profesional y técnico.

Aunque también hay otro posible camino hacia la recuperación formal, y es arquitectura flexible. Hecha por bloques normalizados, cuya interrelación es libre y factible para ser modificada por el propio demandante. Tal hecho desvincula considerablemente al arquitecto de la limitación de las modas, sin por ello sacrificar la eficiencia productiva.

El hecho en si de poner en manos del cliente la organización de sus espacios crea un afán por la originalidad y diversificación, la cual permite un avance superior tanto cualitativa como cuantitativamente.


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